Recuerdo cuando John Birkelund vino por primera vez a Dillon Read, en 1981, para desempeñarse como Presidente y Jefe Oficial de Operaciones. [2] Dillon era un pequeño banco privado de inversiones de Wall Street – con una historia meritoria y una decreciente cuota de mercado – en un momento en que la tecnología y la globalización impulsaban un nuevo crecimiento económico. Yo me había unido a la firma tres años antes y – después de trabajar un tiempo en el área de finanzas corporativas – pasé al Energy Group, donde ayudé a arreglar la financiación para compañías de gas y de petróleo, las cuales eran clientes del predecesor de Birkelund, Bud Treman. Este último, con una visión propia de la vieja guardia, era un hombre ético que se sentía cada vez más frustrado ante la influencia corrupta de los “dineros calientes” y el crédito fácil.
The partners’ entrance to Dillon Read’s offices on Wall Street at 46 William Street.
Courtesy Robert Gambee and his book Wall Street
Era una época de transición. El presidente de Dillon, Nicholas F. Brady, era considerado como uno de los más cercanos amigos y consejeros de George H.W Bush. Ambos habían ido a Yale y provenían de familias privilegiadas. Bush había dejado su hogar en Greenwich, Connecticut y, gracias a los contactos de su padre en Brown Brothers Harriman, entró al negocio del gas y del petróleo en Texas. Brady, entre tanto, había asistido al Harvard Business School y luego volvió a “hunt country” -una región aristocrática de New Jersey, donde se encontraban la casa de los Dillon y la de su familia- para trabajar en Dillon Read.
Bush ascendió dentro del partido republicano, hasta llegar a convertirse en Director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) durante la administración del presidente Ford. Después de pasar cuatro años desplazado por la administración Carter, se convirtió en el vicepresidente de Reagan con autoridad ejecutiva sobre el Consejo de Seguridad Nacional (NSC por sus siglas en inglés), así como sobre las agencias policiales y de inteligencia de los Estados Unidos. La nueva autoridad que le fue conferida a Bush le dio un poder más amplio para subcontratar contratistas privados, con el fin de que llevaran a cabo trabajos delicados, los cuales se podían pagar a través de mecanismos de financiación no muy transparentes, gracias a la Ley de Seguridad Nacional de 1947 y a la Ley de la CIA de 1949.
Éste era un recurso monetario secreto para financiar tanto armas como tecnologías de vigilancia – nuevas y potentes – , además de los operativos manejados y controlados por corporaciones privadas [3]. Los despidos masivos en la CIA ordenados por Carter generaron la aparición de contratistas privados en búsqueda de trabajo [4]. Un intento de asesinato contra el presidente Reagan, dos meses después de su posesión, permitió al vicepresidente Bush, y a su equipo, asumir un papel más importante. Entretanto, Nicholas Brady, presidente en ejercicio de Dillon Read, continuaba siendo su cercano amigo y colaborador.
En Abril de 1981, Bechtel, a través de una empresa filial dedicada al capital de riesgo llamada Sequoia, compró la participación mayoritaria de Dillon Read a la familia Dillon, encabezada por C. Douglas Dillon, ex secretario de hacienda de Estados Unidos[6] e hijo de Clarence Dillon, epónimo de la firma. En ese momento, Bechtel estaba enfrentando el incremento de la competencia global, mientras afrontaba un declive del negocio de la energía nuclear, en el que era pionera. [7]
Nos encontramos frente a unos nuevos propietarios – cuyas operaciones eran parte integral de las agencias militares y de inteligencia – que tenían una sed rapaz por beber todo lo que provenía del grifo de los fondos federales. [8] George Shultz – ex secretario de hacienda de la administración Nixon y, en ese momento, ejecutivo de Bechtel -, entró a formar parte de nuestra junta directiva.
Empezaron a suceder cosas extrañas que no eran muy del estilo Dillon Read. En primer lugar, el ambiente empezó a adquirir un matiz de brusquedad. Nunca olvidaré el día en que uno de los socios le dio un tour por las oficinas de la firma al muy encantador señor Steve Bechtel, quien para ese entonces ya se encontraba jubilado. Al presentarnos, el me vio a través de sus gafas gruesas y dijo “¡Increíble!..una chica trabajando como banquera de inversión!”. Luego se llevó a cabo una planeación estratégica con SRI internacional, un comité de expertos – filial de Stanford University – que tenía una larga relación con Schultz y la familia Bechtel. El director del Energy Group, donde trabajaba en ese momento, era parte del grupo de planeación. Su estado de ánimo cambió durante este período y más tarde dejó la firma, retirándose así de la industria. Antes de irse, me advirtió que debería hacer lo mismo. Pero nunca me dijo por qué, dejando así una escalofriante sensación que he sentido desde entonces, mientras siguen teniendo lugar cambios siniestros que no tienen cara o nombre propio.
El grupo de planeación recomendó que expandiéramos nuestros negocios hacia la banca mercantil. Esto implica manejar dinero de inversiones de riesgo, fundando y haciendo crecer nuevas compañías, o tomando la participación mayoritaria de compañías ya existentes, así sea a través de “compras apalancadas” [9] . Más que asesorar a compañías que necesitaban incrementar su rentabilidad emitiendo valores, o crear mercados en valores ya existentes, estábamos empezando a recaudar dinero para que pudiéramos crear, comprar y vender compañías. Una compañía ya no era considerada como un cliente. Ahora era vista como un blanco. Wall Street era su propio cliente que recaudaría dinero para comprar compañías, que comenzarían a trabajar para nosotros. Para esto se requería gente con nuevas destrezas.