La Vía Dolorosa es aquella calle de la Ciudad Vieja de Jerusalén por la que se afirma que caminó Jesús rumbo a la cruz. Su nombre evoca sufrimiento.
Creo que si el Presidente de Dillon, John Birkelund, y yo tuviéramos la libertad para hablar abiertamente respecto a su inversion en Cornell Corrections, él seguramente afirmaría que se tomaron decisiones dirigidas a incrementar las detenciones por narcotráfico, así como por la Guerra contra las Drogas, y a privatizar muchos entes del gobierno, incluso las cárceles. Él simplemente estaba invirtiendo de acuerdo con las tendencias. Las inversiones en comunidades de Hamilton, por el contrario, iban contra la corriente. Wall Street tiene una expresión para esto que es “fighting the tape” y que significa efectuar operaciones contrarias a las tendencias del mercado. El consejo de los operadores es que siempre se debe acatar la tendencia y orientación de éste.
John y yo no discutíamos cómo serían las cosas si se llegase a aplicar la ley penal a los ejecutivos y directores de Dillon Read tal como se nos aplicó a mí y a todos los jóvenes que detenían con regularidad durante las redadas efectuadas en esa época dentro de la Operación “Safe Home”. Yo trabajé en Dillon Read durante más de una década. Recuerdo aquel Jefe de Sección que trató de persuadirme de colaborar en el diseño de una operación, para aprovechar información privilegiada. Recuerdo que el agente subió en el ascensor justo después de haber salido a aspirar una línea de cocaína. Recuerdo los chismes sobre el consumo de drogas en ciertas fiestas de los Hamptons. Recuerdo que mi compañero de oficina se quejaba de que Haskell se había quedado con las cajas de Champaña que Moet & Chandon le había entregado para los socios que trabajaban en la inversión privada de Moet. Recuerdo que el Operador Principal me confió que el capital de Dillon había estado por debajo del monto minimo exigido por la Asociación Nacional de Agentes de Valores (National Association of Securities Dealers, en inglés), pero que Nick había insistido en que no se informara de ello con toda honestidad.
¿Que si en ese momento pensé que se podía presumir que estos eran actos delictivos? Claro que no. Yo los veía como un manejo humano torpe ante la opción entre lo menos malo; los veía como errores humanos, que por lo general acababan siendo reparados. Al final, se despedía al Agente de Bolsa, nuestro capital crecía, y mi compañero de oficina llevaba una vida cómoda con un buen sueldo sin champaña gratis. En los hechos, sin embargo, mi experiencia personal me dicta que el desacato a la ley por parte de la gente de Dillon Read no era ni mayor ni menor que la de aquellos jóvenes que recogía el HUD y el Departamento de Justicia en sus redadas a nombre de la Operation Safe Home y la Guerra contra las Drogas. De hecho, he observado que por lo general los pobres son más cuidadosos en sus transgresiones legales que los acomodados o los ricos.
Por supuesto también está el asunto de cuáles hubieran sido los pasivos de Dillon Read, de haberse aplicado la ley con justicia en lo referente a sus servicios de banca de inversión a RJR. En el caso del lavado de dinero, la ignorancia puede no ser suficiente frente a la ley. En caso de que sí esté al tanto del lavado queda susceptible a largas condenas y multas, sin mencionar la intervención de su empresa, como le sucedió a Hamilton Securities. Son muchos los interrogantes que tengo sobre el papel que jugaron, si acaso es así, Dillon y sus antiguos asociados, así como sus socios y redes inversionistas en AMS, el contratista de software para la HUD. Esto abarca cuestionamientos sobre los más de 59 mil millones de dólares que se le perdieron al HUD, miles de millones perdidos por cuenta del fraude hipotecario de la HUD, debido a cómo se relacionaban estos flujos financieros y de dineros en efectivo con los fondos a través de los que se compraron las acciones del Cornell Corrections, así como otros bonos y acciones del sistema carcelario privado.
John Birkelund y yo no discutíamos todo esto porque ambos teníamos claro que la aplicación de la ley nada tiene que ver con la que se enseña en las clases de educación cívica. La aplicación de la ley es un juego —un juego mortal— dirigido a maximizar los beneficios financieros y las operaciones del crimen organizado de los iniciados, así como a estructurar e implantar los privilegios de clase y garantizar que los iniciados siempre salgan ganando en esta guerra económica del “todo por el todo”. Si hubiera planteado el tema, probablemente John se habría sentido frustrado conmigo como en el pasado. No tiene el poder de cambiar la reglas de juego, solamente puede seguirlas. Sabe lo difícil que es hacer dinero, aún cuando se hace hasta lo imposible por seguir la corriente. Por eso lo mejor es buscar la mejor estrategia para que los flujos de dinero se acomoden a la legislación, normas y contratos gubernamentales, con el fin de arreglárselas para que sea el gobierno quien se encargue de los enemigos. Así, la imagen de la sucesión de personajes desdibujados que van y vienen entre cargos de alto nivel en Walll Street y en Washington nos muestra hasta que punto el gobierno soberano ha dejado de existir.
Si me sentara a discutir con Al Gore, Elaine Kamarck, Jamie Gorelick y Chris Edley, seguramente sus explicaciones partirían de discusiones políticas complejas. Pero, finalmente, la conclusión sería la misma, no ir contra la marea. Lo mismo podrían opinar cientos de miles de estadounidenses con excelentes credenciales e ingresos que han vivido el día a día de la aplicación de las políticas. Si corremos el velo, podemos observar que estas políticas en últimas responden a poderosos intereses privados que están por fuera de a la ley. Todas estas políticas y medidas equivalen ni más ni menos que a un genocidio; el genocidio de nuestras familias, comunidades y todos los seres vivientes, no sólo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero.
Hacia finales de la administración Clinton, me senté a hacer una lista de todas las personas que creía habían muerto como resultado de las acciones de los bancos, las corporaciones, el gobierno estadounidense y nuestros aliados. Entre tales acciones se incluyen la guerra económica en Suecia y América Latina, el tráfico de narcóticos y la guerra contra las drogas – tanto en los Estados Unidos como en el exterior – al igual que en los enfrentamientos militares limitados. Calculo que en una década fuimos intencionalmente responsables de la muerte de millones de personas a través del mundo. Esto, por ejemplo, lo podemos observar en este fragmento de una entrevista realizada en mayo de 1996 sobre la muerte de los niños iraquíes:
Lesley Stahl, 60 MINUTOS:
Hemos oído que medio millón de niños han muerto [a causa de las sanciones contra Iraq]. Es decir, han muerto más niños de los que murieron en Hiroshima y uno se pregunta: ¿Será que sí vale la pena?
Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright:
Creo que es muy difícil escoger, pero el precio… nosotros creemos que el precio vale la pena.
No he vuelto a hacer este ejercicio que ahora sería sobre la actual administración Bush. Me imagino que si lo llegara a hacer, observaría que la máquina asesina está más hambrienta que nunca pues no ha dejado de crecer de administración en administración. Considerando el desfalco de 4 billones de dólares, sufrido por el gobierno de Estados Unidos y otras sumas millonarias perdidas a punto de “inflar y desechar” los valores estadounidenses y otros mercados, sospecho que los dineros depositados en los paraísos fiscales siguen creciendo a medida que el Índice del Helado se desploma.
La historia de los Reformatorios Cornell no es una historia de hombres malévolos y poderosos cometiendo actos racistas y sexistas. Yo he conocido hombres realmente malévolos y mis antiguos socios no figuran entre ellos. Con algunas raras excepciones, cuando trabajé con ellos sentía afecto y respeto por ellos. Ellos, a semejanza de quienes ocupaban los altos cargos en la Administración Clinton, son personas acomodadas y educadas que manejan la filosofía de «las cosas tal como están». La conversión hacia una economía de guerra y la mutación de la democracia al autoritarismo es «tal como están las cosas».Hay una disponibilidad de puestos en Harvard y otras universidades por el estilo para las personas como Elaine Kamarck que pueden brindar a esta fuerza una imagen de respetabilidad social con distracciones partidistas complejas que ayudan a ocultar la manera como el Fondo de Donaciones de Harvard se sigue beneficiando de algo mucho más profundo y mucho más malévolo de lo que cualquiera de nosotros, incluso Elaine Kamarck, está dispuesto a enfrentar.
El poder de la máquina asesina reside en el amplio apoyo popular que la alimenta a través del sistema de inversiones y mercados financieros. ¿Cómo podemos aducir ignorancia cuando los beneficios y el crecimiento de nuestro plan pensional 401(k) se ha hecho a costa de acciones en el sistema carcelario y de los títulos de valores de los bancos, empresas constructoras, agencias de finca raíz, bancos hipotecarios, y demás grupos, que se han encargado de este proceso de limpieza étnica y económica, así como de la oligarquización que la posibilitó?
¿Qué pueden decir aquellos gerentes de inversión? «con sentido de responsabilidad social» que invierten en las acciones de bancos como el Citibank, JP Morgan-Chase cuando ocurren estas manipulaciones? Cuando se presentan estas maniobras – hasta la desaparición de 4 trillones de dólares de las arcas del Estado – y se observa cómo se manipulan los mercados e inventarios del oro en lo que constituye un silencioso Golpe de Estado financiero, ¿qué pueden decir compañías como IBM y AT&T que han sido contratadas por el gobierno para encargarse del manejo de algunas de sus funciones más cruciales? ¿Qué pueden decir todos aquellos que se beneficiaron financieramente con el mercado de valores, la reducción de las tasas de interés hipotecario y la disminución de los costos por los servicios de cajero electrónico y chequera? Nosotros no queremos asociar los manejos deshonestos que observamos a nuestro alrededor con la fuente de nuestros beneficios financieros.
En el verano del año 2000, en una conferencia de índole espiritual pregunté a 100 personas, quiénes estarían dispuestas a oprimir un botón rojo que les permitiera acabar de plano con el narcotráfico en sus barrios, ciudades, estados y países. Noventa y nueve de ellas reconocieron que no lo harían. Al ser encuestadas, afirmaron que temían que sus fondos de inversión se desvalorizaran, si el sistema financiero estadounidense de repente dejaba de atraer su parte de los 500 mil millones a 1 billlón de dólares que recibe anualmente la economía global por concepto de lavado de dinero. Les preocupaba que, a falta de este dinero para financiar el déficit del gobierno federal, el Estado les aumentara sus impuestos y dejara de pagar sus cheques. El enriquecimiento especulativo y la complicidad financiera estadounidense no concierne exclusivamente a los aristócratas y las élites que licitan a su favor. Nuestra dependencia de fenómenos económicos insostenibles es de amplio alcance y profundamente arraigada.
¿Son los grupos minoritarios, mujeres y niños, los que más se ven afectados? Sí, pero es simplemente porque aquellas personas con poco o ningún poder son las más fáciles de robar o matar. Sin embargo, la supervivencia de los parásitos depende de poder seguir alimentándose para sobrevivir incluso despues de haber acabado con los mas debiles. Pocos días después de que el gobierno de los Estados Unidos decidió con segundas intenciones que no aportaría ningún alivio económico a Nueva Orleáns tras el huracán Katrina —una forma más expedita que la Guerra contra las Drogas y la privatización del sistema carcelario para impulsar la oligarquización urbana— la Secretaria de Estado afroamericana, Condoleeza Rice, salio a comprar zapatos de 200 dólares, mientras que hombres y mujeres de todas las edades y trasfondos sociales —negros, marrones y blancos— perdían sus negocios, sus hogares, familias y vidas con las inundaciones. Ésta es la verdadera cara del Nuevo orden Mundial.
Cuando embargaron las oficinas de Hamilton, me encontré con que nuestra compañía de seguros había contratado un nuevo equipo de abogados. En un momento dado, uno de ellos sugirió que responsabilizáramos de los ocurrido a un subcontratista corporativo de manera tal que nuestro contrato verbal quedara abrogado. Cuando les manifesté que yo de ninguna manera estaba dispuesto a hacer eso, me dijeron que no tenía alternativa. Si yo no hacia lo que ellos decían, la compañía de seguros retiraría su representación y, sin abogados, a semejanza de los jóvenes que recogían en las redadas de la Operación Hogar Seguro, yo iría a parar a la cárcel. En ese momento decidí que ya era hora de fijar algunas reglas de base que permitirían a los recién llegados entender lo que implicaba trabajar conmigo. Les dije:
“Caballeros, yo acato las leyes divinas y no hay nada que ustedes puedan decir o hacer que me lleve a violarlas. Si eso significa que iré a la cárcel, pues entonces iré a la cárcel; así sea sólo para organizar el último grupo de empresarios que necesitaré para dirigir el país cuando éste se derrumbe. Si las personas como yo deben ir a la cárcel, entonces el fracaso del gobierno es sólo una cuestión de tiempo”.
Lo interesante es que, posteriormente, el abogado que me amenazó me contó que en ese momento se dio cuenta de que íbamos a ganar.
Ésta es mi predicción sobre el Nuevo Orden Mundial. No sé cuándo. No sé dónde. No sé cuántos sistemas satelitales, armas electromagnéticas, transmisores de programas subliminales, piratas cibernéticos (hackers), laboratorios de armas biológicas, sembrados de coca para procesar cocaína, ni cuánta destrucción ambiental dejarán por el camino. No sé cuántas patentes de seres vivientes reclamará la Monsanto como para que ni se pueda toser sin pagarle regalías. No sé cuántas personas, en ese Nuevo Orden, se verán reducidas a la miseria absoluta, asesinadas y torturadas antes de que fracase. Sólo sé que fracasará. Está claro que, en última instancia, la codicia, la tecnología y el miedo no se bastan a sí mismos para conservar la unión de los grandes sistemas complejos. La desconfianza, ilegalidad y mezquindad los llevan a su implosión. La creación de alternativas de inversión con miras a gobernar nuestros recursos globales de una manera responsable que genere riqueza, acabará por acelerar el fracaso de dichos sistemas. De tal manera, acumulamos el poder de vida en la medida en que nos apartamos de aquellas personas y esfuerzos que no son auténticos y dirigimos nuestro compromiso, tiempo y atención – así como la moneda de cambio que utilizamos, nuestras cuentas bancarias, inversiones y donaciones – hacia personas, redes y soluciones descentralizadoras genuinas.
En un momento dado de mi vida yo me consideraba parte de una cultura –llamémosla la cultura anglosajona— que me parecía excelente. Por la Vía Dolorosa aprendí que aún no hemos cumplido con este estándar. Hace mucho tiempo, me prometí a mí misma que nunca iría en contra de los intereses superiores de mi gente; que haría lo que estuviera a mi alcance para merecer la custodia del mundo que nos había sido encomendado y que haría todo lo que estuviera en mi poder por legar un mundo mejor a las generaciones futuras. Hacer y cumplir una promesa así implica tener claridad sobre el hecho de que el dinero y la posición son las herramientas y no el fin, así como de que la muerte no es lo peor que nos puede suceder. John Birkelund probablemente me acusaría de “ir contra la corriente” y de “no saber jugar el juego”. Yo le diría que la actual coyuntura histórica por la que atraviesa nuestro pueblo no es el mejor momento para carecer de imaginación.